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Muhammad Ali fue el más grande boxeador de pesos pesados de todos los tiempos... pero su increíble vida fue el eje de cambios en la sociedad que trascendieron con mucho el ring de boxeo. Su mente ágil, chispeante personalidad, descarada confianza en sí mismo y coraje para plantarse en nombre de sus convicciones crearon un magnetismo que el deporte por sí solo no podía contener. Un biógrafo le describió así: «Era un personaje hecho a sí mismo con tal ingenio físico y mental, desafío político, fama global y pura originalidad que ningún novelista que puedas nombrar se atrevería siquiera a concebirlo en la ficción».
Ali nació llamándose Cassius Clay en 1942 en Louisville, Kentucky, una ciudad que, como gran parte del sur americano, vivía bajo la segregación racial. Se practicaba una vergonzante forma de apartheid americano conocido como ‘Jim Crow’, por el que la mayoría de las tiendas, restaurantes, hoteles, negocios, etc. mostraban carteles que rezaban: ‘solo para blancos’. El dolor de vivir como víctima de este racismo institucionalizado emergería más tarde en su vida, pero como adolescente Cassius se sintió atraído por el boxeo. Tenía talento natural y, en 1960, a los 18 años, ganó una medalla de oro en las Olimpiadas de Roma. Instantáneamente nació una estrella, gracias a su enorme sonrisa, estilo veloz y rápida lucidez.
"Un icono del siglo XX"
Poco después de volver a casa comenzó su carrera profesional como boxeador, e inmediatamente le dio un giro de 360° a ese deporte. El boxeo había sido siempre un deporte de una violencia impasible, y los boxeadores pesos pesados eran especialmente lentos y torpes... pero Clay estaba hecho de otra pasta. Su estilo de boxeo fusionaba velocidad, agilidad y poderío de una forma que nunca habría parecido posible para un peso pesado. Su movimiento elegante por el ring se parecía más a bailar que a boxear, y frustraba a sus oponentes con unos reflejos como relámpagos que hacían que fuera casi imposible alcanzarle con los puños. La velocidad de su mano era asombrosa: hacía llover los golpes desde todos los ángulos en rápidas combinaciones que acababan dejando al contrincante mareado, confundido y a menudo inconsciente.
Pero con todo lo dinámico que era en el ring, era aún más entretenido y único fuera de él. Era atrevido, rápido en sus contestaciones, inteligente y extravagante. Desde el principio declaró: «Soy el más grande», y «¡Mirad que guapo soy!» Siempre lanzaba ocurrentes rimas que predecían cómo ganaría sus combates. «There’s no chance for Moore and he will fall in four» («Moore no va a poder pasar del cuarto asalto»)... y, efectivamente, así era, Moore caía en el cuarto asalto. Hacía esto en todas sus peleas y a la mayoría del público le encantaba... aunque otros lo odiaban. Era a comienzos de los 60 y la sociedad americana iniciaba una transformación desgarradora con tremenda división entre generaciones. La gente joven se identificaba con este emocionante nuevo personaje que se reía de las viejas tradiciones y que tenía el coraje de decir lo que pensaba. La gente más mayor y conservadora se ofendía por este atrevido joven negro cuya lengua era tan rápida como sus puños. Era la personificación de la “distancia generacional”.
Mientras, seguía ganando todos sus combates y en 1964 Clay tuvo ante sí la oportunidad de luchar en el Campeonato Mundial de Pesos Pesados. Desafortunadamente, el hombre al que se enfrentaría, el campeón Sonny Liston, era visto como una indestructible fuerza de la naturaleza, y casi todo el mundo pensó que aplastaría al joven de Louisville. Pero Cassius tenía un plan, y durante el tiempo previo a la pelea se burló de Liston, más grande y más fuerte, con declaraciones como estas: «Sonny es demasiado feo para ser el campeón del mundo. ¡El campeón del mundo debería ser guapo como yo!» «Liston no podrá pegarme porque floto como una mariposa y pico como una abeja» «¡Voy a dejar pasmado al mundo!»... y lo hizo.
Al arrancar el combate, Liston salió de su rincón decidido a cerrarle la boca a este crío, pero Clay bailaba y le esquivaba, y el ‘gran oso feo’ no podía alcanzarle con el guante. Tras un par de asaltos, Liston empezó a cansarse y Clay empezó a ir a por él con ráfagas de puñetazos. Para el séptimo asalto Liston estaba acabado: ensangrentado, exhausto y tremendamente avergonzado. La pelea acabó y Cassius Clay, a sus 21 años, había logrado dejar pasmado al mundo al convertirse en el campeón de los Pesos Pesados. Saltó sobre las cuerdas y gritó a los ‘expertos’ de la prensa que había predicho su caída: «¡Os dije que soy el más grande!».
Estaba en la cima... pero eso duró menos de 24 horas. Al día siguiente de la pelea anunció que no se haría llamar más por su ‘nombre esclavo’ Cassius Clay, sino por su nuevo nombre Muhammad Ali. Se había hecho íntimo de Malcolm X y como resultado se sumó a la Nación del Islam, una organización americana que defiende el orgullo negro y que está afiliada con la religión musulmana. 1964 era un momento tumultuoso para las relaciones raciales en EEUU, y la Nación del Islam era vista por la mayoría de la gente con miedo y superstición. Incluso muchos de los jóvenes fans de Ali al principio tuvieron dificultades para aceptar este cambio, pero pronto lo hicieron, dado que la sociedad estaba evolucionando rápidamente en esos embriagadores años 60. No fue así para la generación más mayor, a la que ya le repelía el estilo de Ali y que ahora se sentía aún más amenazada.
La controversia en torno a su nuevo nombre y religión no afectó a su éxito en el ring. A lo largo de los años siguientes, noqueó a todos los pesos pesados importantes del mundo, con facilidad. Este es el Ali que los puristas del boxeo recuerdan: un peso pesado como ningún otro. Estaba destinado a ser el campeón durante muchos años... pero no lo sería.
América estaba enmarañada en la Guerra de Vietnam, y todos los hombres jóvenes fueron llamados a servir al ejército. Ali fue reclutado en 1967, pero se negó a acudir diciendo: «Por qué tendría que irme a 10 mil millas de casa para matar a gente en Vietnam que a mí nunca me ha hecho nada. Mientras, la gente negra aquí en Louisville es tratada como a perros y se les niegan los derechos humanos más básicos. Yo no voy... y si eso significa que iré a la cárcel, me da igual... mi gente lleva 400 años en la cárcel». Ali recordó su infancia en la racista región sureña y tuvo el valor de plantarse por sus convicciones, pero pagaría un alto precio por ello.
No fue a la cárcel porque apeló, pero todas las comisiones de boxeo le retiraron la licencia para boxear. Esta era la venganza de los conservadores de la vieja guarda que aún se resentían ante este joven invicto que les plantaba cara y hacía ostentación de sus tradiciones. Durante casi cuatro años (el corazón de
su mejor época física), a Ali no se le permitió boxear. Finalmente, en 1971, la Corte Suprema desestimó el caso pero, habiéndose desperdiciado sus mejores años, ya no era para nada el contrincante que había sido. Luchó por el título en 1971 pero perdió por poco, y parecía que sus días como campeón tocaban a su fin. Pero tres años más tarde pudo intentarlo de nuevo y en una derrota sorpresiva logró noquear al joven y favorito campeón George Foreman en lo que llamó ‘The Rumble in the Jungle’ (el rugido de la jungla). A pesar de sus habilidades menguantes y del envejecer de su cuerpo, Ali aún pudo sostener el título durante cinco años más antes de retirarse en 1979.
Durante su retiro evolucionó para convertirse en un símbolo vivo de la paz y el coraje, querido por todos. Ali era embajador itinerante de la ONU y, a pesar de verse afectado por la enfermedad de Párkinson, pudo encender la llama olímpica en 1996. Con el avance de la enfermedad fue quedando cada vez más inválido, pero aún se podía ver el brillo en sus ojos y sentir el poder de su presencia. Ali murió el 3 de Junio de 2016. Había emergido de la oscuridad para convertirse posiblemente en la persona más famosa del planeta. Fue un símbolo y a la vez una inspiración para muchos de los grandes cambios en nuestras formas de pensar y de ser que ocurrieron durante la segunda mitad del siglo XX. Ali no sólo era un atleta supremo; además era un maestro de la burla cómica, rimadora y juguetona; un ejemplo emocionante del orgullo racial; una figura de inmenso coraje personal y respeto por sí mismo: un icono.